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Los changos de la costa, por el contrario, seguían siempre en su estado de salvajismo; y si hallamos en sus sepulturas, artículos de cobre, tejidos, alfarería pintada, cereales, etc., indicaciones de una cultura más avanzada; podemos arribar á una de dos conclusiones; ó que las sepulturas son post-incásicas; ó bien, si queda bien establecida su antigüedad, que los artículos hallados eran adquiridos por intercambios comerciales.

Los restos de esta naturaleza que se hallan en las tumbas de los changos son de dos categorías. Los más antiguos son de indiscutible fabricación calchaquí; mientras los más modernos acusan una procedencia peruana.

Del comercio entre la cordillera y la costa tenemos otra prueba. En algunas de las antiguas sepulturas de la Puna hallamos conchas de una clase solo encontrada en las playas del Pacífico; como también restos de adornos fabricados de las plumas de aves marinas.

En las minas trabajadas por los incas en Calama se han hallado también, capachos de cuero de lobo de mar, con el pelo; tales como se usan en las minas hoi día.

Hablando el doctor Moreno de una exploración arqueológica hecha en la provincia de Catamarca, en pleno territorio calchaquí, dice: «He encontrado á orillas del río Dulce, próximo á Santiago del Estero, un antiguo enterratorio, y en él urnas toscamente modeladas, conteniendo restos humanos, y con estos moluscos de especies que actualmente viven en el Pacífico. Hallazgo parecido he hecho en otros entierros, pertenecientes á un pueblo distinto, en la provincia de San Juan: uno de esos moluscos cubría el pubis de una mujer.

Y, comparando la industria de estos hombres con la de los changos de Atacama, he encontrado no analogía, sino igualdad completa entre los objetos y sus usos. La industria del cobre y del bronce en estos lugares, muy distinta de la exhumada en el Perú, es otro tema de gran importancia; y conviene hacer notar aquí la igualdad que existe entre algunas piezas de Atacama, publicadas en la obra The United States Naval Astronomical Expedition (Tomo III pl. VII) y las encontradas en Catamarca».

Estos hechos son idénticos á los que nosotros hemos observado; pero no estamos de acuerdo con las deducciones que quisieran establecer un igual grado de cultura para ambos pueblos.

Hemos explicado ya, la causa de encontrar objetos de fabricación extranjera en las tumbas de la costa, y viceversa.

Este comercio no se confinó sólo á esta zona. Más al sur hemos visto al pehuenche haciendo el mismo papel de traficante, manteniendo un activo negocio entre una y otra banda de la cordillera.

Entre los chonos de los archipiélagos, se han hallado objetos, cuya procedencia no se puede explicar sino por la misma razón.

En una de las sesiones del IV Congreso Científico, I Pan-Americano, el doctor Aichel de Santiago presentó una colección interesantísima de objetos recogidos en las sepulturas de los changos de la costa. Entre otros un número de campanillas de cobre ó bronce, y cuchillos, de una fabricación, únicamente conocida entre los antiguos calchaquíes.

El doctor Florentino Ameghino, quien los vió, opinó lo mismo que el autor, que estos objetos pueden haber llegado á la costa, sólo por intercambios.

En el mismo Congreso, el doctor Max Uhle, en un trabaio sobre «La influencia del país de los Incas», recalca el hecho que comprueba con numerosos datos, que desde tiempos muy primitivos ha existido este comercio entre 1as tribus de la costa, y las andinas y trasandinas.

El almirante Simpson menciona las hachas de jade que se hallan en el territorio ocupado por los cuncos, y observa que esta piedra no se encuentra en Chile, á no ser en mui pequeños fragmentos en la cordillera de la costa; lo que parece demostrar que ha sido importada al país en época pasada.

Hemos visto una hacha del mismo material sacada de una antigua tumba de Tagua-Tagua.

No sabemos á punto fijo cuál fué la primitiva raza de Tarapacá; pero creemos que hubo un tiempo en que el pueblo antiguo de la Puna se extendía por la mayor parte de la provincia; porque hallamos por todas partes vestigios de una civilización que no era ni inca, ni aimará; y que se asemeja más á la calchaquí que á cualquier otra que conocemos.

Pero aún en esos tiempos tan lejanos, la mezcla de razas era ya considerable; y los restos osteológicos humanos de los entierros son de diversos tipos; predominando los calchaquíes en todos los más antiguos.

Los aimaráes que forman la base de la población actual, debieron llegar mucho más tarde, tal vez después de la ocupación incásica, que según Gareilazo de la Vega tuvo lugar durante el reinado del inca Yahuar Huacac (Llora sangre), cuando el Apumayta hermano del inca conquistó toda la región costina desde Arequipa hasta Tacama (Atacama), «que es el fin y término por la costa de lo que llaman Perú; la cual es tierra larga y angosta y mal poblada.»

Muy pocos de los primitivos entierros contienen cráneos de los aimaráes.

Posteriormente se extendieron por toda la provincia hasta la costa.

En esta última región encontramos otras razas de distinta extirpe al lado de ellos.

Parece que los changos en un tiempo se extendían mucho más al norte, y fueron repulsados hacia el sur por alguna invasión de su territorio.

Los cráneos ovoides y alargados del interior dan lugar á otros más globulosos en el litoral, sobre todo en el distrito de Arica y hasta Trujillo por el norte. Cerca de Pisagua se ha encontrado un gran número de antiguas sepulturas, donde á poca profundidad se hallan cadáveres momificados, superpuestos en capas; muy próximos unos á otros, y con la cabeza hacia el oriente.

La mayoría de los cuerpos están estirados, como entre los changos, separados los hombres de las mujeres. Los primeros tienen los brazos tendidos juntos al cuerpo, y las mujeres con las manos cruzadas sobre el pubis.

Por lo general, predominan entre ellos las cabezas globulosas; pero ocasionalmente se hallan cráneos con la deformación aimará; estos últimos generalmente en las capas superiores.

Entre estos restos se encuentran algunos encogidos en la manera tan común entre los pueblos peruanos, con las piernas y brazos comprimidos contra el tronco. Son rodeados de mayor número de objetos; flechas, dardos, y utensilios diversos, casi todos de la edad de piedra. Son también embalsamados con substancias calcáreas, y envueltos en tejidos de lana de vicuña. Estos tejidos también llenan la cavidad abdominal. Los cráneos están forrados de un tejido de paja. Son estos los aimaráes, y postdatan á los otros que creemos deben tal vez pertenecer á los charcas, que según un antiguo mapa español citado por Justin Abinsor ocuparon la provincia de Tarapacá en el siglo XVI.

Las sepulturas de Camarones y otros puntos de la costa nos muestran los mismos resultados; en algunas partes predomina un tipo, en otras uno diferente.

Un estudio prolijo, sin embargo, comprueba los siguientes hechos:

Los restos más antiguos son de una raza que tiene mucha semejanza con los changos. Son notables por el gran espesor de las paredes y bóveda de los cráneos; y por sus toscas proporciones. Este pueblo tenía muy poca cultura, y sepultaba sus muertos en hileras con el cuerpo estirado.

Después de ellos llegó una raza del norte, de más baja estatura, con la cabeza más globulosa; y que frecuentemente la deformaba por una presión ó achatamiento fronto-occipital. Eran más adelantados que los primeros, y probablemente habría tenido algún roce con la civilización chimu. Sus armas y herramientas eran más bien acabadas y pulidas y su alfarería primorosamente adornada. Sus tejidos eran superiores, y de colores más vistosos. Conocían el uso del cobre, y algunas de sus armas y herramientas eran hechas de este metal. Sepultaban sus muertos sentados en cuclillas, como la mayor parte de las poblaciones peruanas.

Sir Clements Markham cree que esta raza originalmente ocupaba la costa al norte del Callao; y echada hacia el sur por la llegada de los Chimus, buscó refugio en Arica y Tarapacá, desalojando á su vez á los changos que ocupaban en ese tiempo todo el litoral hasta Cañete en Perú, donde se han encontrado sus sepulturas, con los cadáveres estirados, como en las provincias que actualmente ocupan.

Cieza de León conserva una tradición que puede referirse á este pueblo:

Queriendo saber el origen destos indios de Chincha, y de donde vinieron á poblar en este valle, dicen que cantidad dellos salieron en tiempos pasados debajo de la bandera de un capitán esforzado, dellos mismos, el cual era mui dado al servicio de sus religiones, y que, con buena maña que tuvo pudo llegar con toda su gente á este valle de Chincha, a donde hallaron mucha gente, y todos tan pequeños cuerpos, que el mayor tenía poco más de dos codos; y mostrándose esforzados, y estos naturales cobardes y tímidos les tomaron y ganaron su señorío; y afirmaron más que todos los naturales que quedaron, se fueron consumiendo, y que los abuelos de los padres que hoi son vivos, vieron en algunas sepulturas los huesos suyos, y ser tan pequeños como se ha dicho.

Los últimos en llegar á la región del litoral eran los aimaráes y otras tribus originarias del lago de Titicaca.

Sus restos momificados se encuentran en abundancia por toda la comarca.

Una de estas tribus, cuya procedencia conocemos, y que se ha extendido desde Arica hasta Atacama, mezclándose con los changos y otras razas costinas; era la de los Uros.

El señor R. R. Schuller. «Obra citada», cree que los changos y los Uros pescadores de las costas del norte eran un solo pueblo.

Nosotros no estamos de esta opinión por las razones expuestas en el texto. Físicamente hablando las dos tribus son muy distintas.

Los changos existían en la costa mucho antes de la llegada de los Uros; como queda de manifiesto por el examen de las antiguas sepulturas. Por otra parte, existe testimonio histórico respecto de la época de su arribo al litoral; mandados en calidad de mitimáes, cuando los Incas se posesionaron del litoral hasta el límite norte del desierto de Atacama.

Su «habitat», era las orillas é islas del lago Titicaca y del Desaguadero.

Eran pescadores y vivían en la mayor miseria.

A la conquista de Collasuyo por los incas, muchos de ellos fueron mandados en calidad de mitimáes á la costa del Pacífico, desde donde se esparcieron por todo el litoral hasta más al norte de Arequipa.

La carta del factor de Potosí, don Juan Lorenzo Machuca, escrita en 1581, dice:

«En la ensenada de Atacama, que es donde está el puerto, hay 400 indios Uros, pescadores, que no son bautizados ni reducidos, ni sirven á nadie. Es gente muy bruta, no siembran ni cogen, y susténtanse sólo de pescado.

Asimismo, en el término y contorno de Tarapacá y desde el puerto de Pisagua y Huiquehuique, donde hay indios Uros pescadores. Hasta el puerto de Loa hay muchas ruinas».

También dice que en la judisdicción de Arequipa había más de mil indios Uros mandados como mitimáes por los incas.

Esta raza como la anterior era muy baja, de 1,40 metros á 1,50 metros, de anchas espaldas, con tendencia á la corpulencia, los brazos y piernas muy desarrollados, y de color más oscuro que es general entre los indios.

Evitaban enlaces con los quechuas y aimaráes, y tenían su lengua propia. Sus chozas las construían de totora, y sus balsas del mismo material, y de cueros de lobos.

Probablemente es debido á la mezcla con esta raza que provienen las modificaciones notadas en las tribus costinas, ó changos actuales; quienes, si es verdad que conservan sus caracteres más generales; sin embargo demuestran algunos variantes del tipo primitivo encontrado en las sepulturas más antiguas.

La mayor parte de estas numerosas razas que poblaron el territorio chileno antes de la llegada de los españoles, han desaparecido ó están en vía de extinguirse.

Algunas como las del eentro del país, se han fusionado con los conquistadores; pero su tipo, algo modificado ha persistido hasta nuestros días, formando una gran proporción de la población rural.

Como hemos tenido ocasión de observar, el verdadero elemento araucano, representado por los mapuches, ha hecho un papel mucho menos importante de lo que se ha creído generalmente en la formación del pueblo chileno.

La región donde más se ha hecho sentir ha sido en la zona cercana á la antigua frontera, ó sea en las provincias de Bío-bío y Concepción.

En la Araucanía, las constantes guerras prohibían una franca unión entre las razas enemigas.

Más al norte, los mapuches se habían entremezclado con los primitivos habitantes, creando así, una nueva nación que, al parecer, se había desligado casi completamente de sus parientes al sur de Bío-bío.

De los dos elementes que entraban á formar este nuevo pueblo, el más persistente ha sido el autóctono; porque reparando las categorías que se encuentran en la población rural actual, se nota la reversión, y que este tipo es numéricamente superior.

Ninguna de las otras razas que poblaban el país ha podido hacer frente contra los avances del invasor, y de la civilización que introdujo.

Los fueguinos ya no alcanzan á mil almas, los chonos, y los cuncos, tan numerosos hace dos siglos, no han dejado más que sus nombres. Los pehuenches quedan reducidos á unas pocas parcialidades; los changos á unas tantas familias.

Todavía vegetan algunos pocos grupos de indios en los valles interiores de las provincias del norte; pero el futuro cercano verá la completa extinción de todo el elemento netamente indígena, sin que quede más que un breve recuerdo de ellos.