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Ahora que hemos seguido las razas australes hasta el extremo del continente volvemos otra vez á los picunches del norte del río Itata.

Los rudimentos de una agricultura primitiva y del pastoreo á que se habían dedicado, les había encaminado hacia una vida más sedentaria, aun cuando no abandonaron del todo sus costumbres de cazadores. Sus rudos toldos se trasformaron en cabañas, y principiaron á tener alguna idea de la propiedad. La autoridad del jefe de la familia comenzó á extenderse al «clan», hasta formarse tribus de más consistencia y colectividad que es común entre los pueblos nómades.

Uniéndose con los autóctonos más cultos, aprendiendo nuevas industrias y costumbres, es probable que habían llegado á un estado patriarcal antes de la invasión de los incas.

De ahí resulta que éstos pudieron lograr resultados tan extraordinarios en el corto tiempo que duró su dominio.

A un pueblo que ya tiene arraigados los primeros elementos de la agricultura precaria por la irregularidad de las lluvias, no es difícil hacerlo comprender las ventajas que resultan de un sistema de riego, y del uso de los abonos ni tampoco la economía que proviene del empleo de chilihueques para tirar el palo aguzada que les servía para remover la tierra.

Otras artes, cuyos principios habían aprendido, progresarían de igual modo.

La ocupación militar y el establecimiento de numerosas guarniciones en el territorio ocupado, les quitaría todo temor de una guerra externa, y por la misma razón las guerrillas intertribales serían menos frecuentes.

Poco á poco perderían sus costumbres belicosas, la población se aumentaría en los valles más favorecidos y el progreso llegaría á ser relativamente rápido, sobre todo teniendo el ejemplo de elementos sobrios é industriosos, traídos como colonos por los incas.

Se ha puesto en duda si la dominación efectiva de éstos haya llegado al sur del río Choapa.

Nosotros juzgamos que sólo un examen incompleto de la evidencia puede haber producido tal aseveración.

Las primeras crónicas son terminantes en establecer el río Maule como límite sur del imperio, y abundan pruebas colaterales en favor de este argumento. Las cartas de Pedro de Valdivia á S. M. Carlos V lo declaran; las actas del Cabildo de Santiago lo atestiguan; la nomenelatura geográfica, la arqueología, y la tradición, todas prestan su contingencia para probarlo.

Sabemos de una manera fehaciente que mitimaes ó colonias peruanas se hallaron establecidas en Lampa, Marga-Marga, Colina, Apochame, Apoquindo, Macul, Vitacura, Maipú, Talagante, Machalí, Río Claro, Vichuquén y muchos otros puntos aún al sur del Maule.

Lo que no queda tan bien establecido es á qué naciones pertenecían los soldados y colonos traídos por los incas.

Sabido es que el imperio peruano, á tiempo de la invasión incásica de Chile era muy extenso, y que fué costumbre de reclutar el ejército de todos los pueblos dominados. En cuanto á los mitimaes éstos fueron tomados de distintos territorios, á veces en número muy considerable, y mandados á los países recién conquistados para que sirvieran no sólo como freno contra cualquiera tentativa de rebelión, sino también para enseñar á los nuevos súbditos, las artes é industrias más adecuadas á su estado social, y las condiciones naturales en que vivían.

No tenemos razón ninguna para suponer que hayan procedido de otra manera en la ocupación chilena.

Debemos considerar entonces que el contingente peruano fué heterogéneo.

No nos parece verosímil tampoco que toda esta población se retiró á la llegada de los españoles. Al contrario, aprendemos de fuentes que merecen toda fe, que muchas de las colonias existían á tiempo de la conquista.

Los primeros indios encomendados por los fundadores de la ciudad de Santiago eran de origen peruano; traídos desde Talagante, sus tierras regadas y cultivadas fueron dadas al cacique Huelen-Huala, en cambio de las ocupadas por su tribu al pie del cerro de Santa Lucía donde se edificó la ciudad.

Aun cuando es fuera de toda duda que la ocupación de los incas se extendió mucho más al sur, también es cierto que al norte del Choapa las señas son mucho mas frecuentes y conclusivas.

Con la excepción de una faja de pocas leguas al norte de este río, casi no hallamos un solo nombre geográfico que no acuse un origen quechua ó kaka mientras los restos arqueológicos abundan por todos lados. El grado de cultura á que habían llegado los habitantes de esta región debe haber sido muy superior al que conocían los de más al sur.

A pesar de lo que dicen algunos de los cronistas, creemos dudoso que la lengua araucana se haya extendido hasta esta región. Nuestra opinión es que tanto la raza como el idioma eran distintos de los al sur de Choapa.

Córdova y Figueroa escribe: «Lo que dominaron los peruanos en Chile, quedó en estado de mejor política; y enseñaron á sus naturales con alguna más perfección la agricultura, y los términos de la equidad tan necesaria á la justicia para el bien vivir de los hombres y así esto se vió en Copiapó y Coquimbo en donde se hablaba su idioma,».

No sólo no hallamos en la topografía muchos indicios del araucano, pero tampoco los nombres vulgares de la flora y fauna silvestres son los mismos que más al sur. Las supersticiones y folklore además indican otra procedencia.

Ni es esto todo: física y moralmente la raza es otra.

Nuestros estudios antropológicos, proseguidos durante varios años en la provincia de Coquimbo, nos demuestran que aquí la braquicefalía predomina, y que el tipo étnico es diferente en muchos caracteres importantes.

Lo mismo puede decirse en cuanto al carácter mental. Los de Coquimbo son mas humildes, más pacífieos y más hospitalarios.

Por estas y otras razones, que serían muy largas enumerar, juzgamos que la raza es otra cuyos afines hay que buscarlos, allende la cordillera.

Jamás eran muy pobladas estas provincias; y Pedro de Valdivia, en una carta dirigida á S. M. Carlos V, fechada en Santiago en 1552, da cuenta de que habiendo tan pocos indios en este país, mandó dos capitanes á la provincia de Cuyo á traer naturales para poblar y servir en las provincias de Santiago y Serena:

«El uno que pase la cordillera por las espaldas de esta ciudad de Santiago, y traiga á servidumbre los naturales que desotra parte están. E por la parte de la ciudad de la Serena, entra el capitán Francisco de Aguirre, y traiga los demás naturales».

Los naturales traídos por este capitán fueron en su mayor parte Juris y Diaguitas.

Todavía quedan indicios de la radiación de estos indios, y hasta el día de hoy existe el pueblecito de Diaguitas en el valle de Elqui, á pocas leguas al oriente de Vicuña.

Aún cuando los historiadores dicen que la invasión de Yupanqui fué el comienzo de la ocupación incásica en territorio chileno, estamos convencidos que la influencia peruana se hizo sentir en esta región largos años antes de aquella fecha.

No queremos decir que formaba parte del imperio de los incas, sino que el contacto entre los dos pueblos había durado lo suficiente para que se adoptara la lengua, las artes é industrias de sus poderosos vecinos del norte.

Montesinos es el único cronista que aclara un poco este punto. Cuenta que en el reinado de Sinchi Roca vinieron gentes de Chile contra los de Cuzco. Fueron derrotados, y dos de sus principales jefes, tomados prisioneros. Guardados como rehenes hasta el reinado de Yahuar Huacar; este monarca por motivos políticos los casó, uno con su hija, y el otro con su sobrina, enviándolos en seguida á sus tierras, colmados de regalos. Cuando Huira Cocha sucedió á su padre, estos caciques mandaron á sus hijos, nacidos de aquellas princesas, á ver y á conocer á su tío.

Consiguieron que éste diera su promesa de visitarlos al año siguiente; y volvieron con mucha gente del Perú, incluso ciertos miembros del consejo del Inca, para que les enseñaran el gobierno político. También les acompañaron algunas pallas ó damas nobles de la corte.

A su vuelta hallaron el pueblo en rebelión. Con la ayuda de sus huéspedes pudieron sofocar luego ésta. Avisado Huira Cocha de lo que pasaba, entró á Chile con un poderoso ejército, y residió allá dos años, hasta dejar perfectamente tranquilo el reino, y reconocida su autoridad y la de sus sobrinos.

Sea esto como fuera, las comunicaciones entre los dos pueblos deben haber sido frecuentes y haber durado por mucho tiempo.