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PARTE I: LAS RAZAS INDÍGENAS QUE HABITARON EL TERRITORIO ACTUAL DE CHILE

Al estudiar los orígenes de un pueblo cualquiera, una de las mayores dificultades que se presentan al investigador es la escasez de materiales aprovechables. Sobre todo es esto el caso en un país como Chile, donde hasta una época no muy lejana, existían sólo tribus incultas y semi-salvajes, que carecían de literatura y aun de tradiciones orales.

Esta dificultad ha sido aumentada por la pronta absorción, ó extinción de las razas indígenas por el pueblo conquistador, y por la destrucción de todos los antiguos monumentos, ritos, y costumbres, en el celo de convertir á los infieles.

Es verdad que quedan algunas crónicas de estas razas, dejadas por los escritores de la conquista, que dejan entrever un algo de los pueblos que ocuparon el suelo al tiempo de su arribo; pero son á menudo contradictorias, y casi siempre viciadas por las preocupaciones, supersticiones y fanatismo de los narradores, y desde el punto de vista científico son frecuentemente de dudoso valor.

Tenemos además las narraciones de viajeros posteriores, que nos dan descripciones más ó menos prolijas de las razas ó tribus que han observado.

Aquí también la evidencia que nos presentan es en gran parte contradictoria. Esto resulta parcialmente de la falta de preparación del observador ó de la manera superficial en que ha recogido sus datos.

Existe una tendencia, muy generalizada, de juzgar á los individuos y á las razas según el código personal; y de colocar en el mismo cuadro de comparación al hombre altamente civilizado y al salvaje. Es evidente que así, personas de distintos temperamentos, cuyas ideas morales, y cuyo criterio difieren, llegarían á conclusiones diversas sobre las cualidades, inteligencia y capacidad de un mismo grupo de seres humanos.

El infanticidio, la muerte de los ancianos é inútiles, la poligamia y la poliandria, el robo, hurto, rapto y muchas otras costumbres, que entre pueblos más civilizados son considerados criminales, son los resultados de leyes naturales ó duras necesidades cuando las encontramos entre razas primitivas, y por lo consiguiente miradas por ellas como legítimas y razonables.

Lo mismo pasa en cuanto á los caracteres físicos de una raza, cuando las observaciones son tomadas en un número relativamente pequeño de individuos, ó bajo circunstancias especiales que no permiten estimar correctamente si las condiciones son ó no normales.

La Antropología es prácticamente una ciencia nueva en Chile; y es conveniente insistir en que se adopte desde el principio un método de investigación que esté más de acuerdo con los procedimientos modernos y científicos.

Para generalizar es preciso tener una vasta acumulación de datos que sólo se puede conseguir después de innumerables estudios y observaciones, no de una sola fuente sino de todos los orígenes posibles.

En el estado actual de nuestros conocimientos de las razas que han habitado el país, sería atrevido pretender formar conclusiones categóricas. Lo único que podemos hacer es que cada cual aporte su contribución á la tarea, con la esperanza de que llegará el día en que se puede edificar sin temor de un derrumbe estrepitoso.

Al tratar del pueblo chileno, ha sido costumbre de considerar solamente los dos elementos más importantes que entran en la constitución de la nación, el araucano y el español; y de tomar en cuenta sólo la parte central del país, ó sea la región comprendida entre Aconcagua y Valdivia.

Si es verdad que esta es la parte más poblada, no debemos olvidar que en realidad no abarca más de la tercera parte del territorio bajo el dominio chileno; y que las otras zonas están íntimamente ligadas, y son tan digno de estudio como aquélla.

A la época de la conquista no encontramos la homogeneidad de raza que ha sido costumbre suponer.

Existían numerosas sub-razas que han contribuído, en mayor ó menor grado, á formar el conjunto que llamamos el pueblo chileno. Tales eran los chinchas, aimaráes, incas, atacameños y changos en el norte; los cuncos, huilliches, chonos, y fueguinos en el sur; los calchaquies, pehuenches, puelches y patagones al oriente; y probablemente otros pueblos, hoy desaparecidos en el centro.

Nuestras investigaciones nos han convencido de que, lejos de la homogeneidad concebida, Chile es uno de los países donde más mezclas de razas ha habido. ¿A qué atribuir entonces esta convicción por tan largos años sostenida?

La contestación no es dificil. Los cronistas y misioneros de la conquista están de acuerdo en asegurar que en todo el país desde Atacama hasta Chiloé, sólo se hablaba una sola lengua, el Chilidúgu, ó lengua de Chile de los antiguos, hoy llamada araucana.

Por largos años la lingüística era el único criterio de los orígenes étnicos. Uniformidad de idioma era considerada como prueba de identidad de raza, y aun hoy día queda bastante arraigada esta idea. Luego se suponía que todos los habitantes de la parte central del país formaban un solo pueblo, con los mismos orígenes y caracteres físicos. Creemos que no será difícil desprobar esta deducción

A Paul Broca se debe la verdad, ahora considerada como axioma, que los caracteres étnicos de primera importancia no son los lingüísticos, sino los físicos. Mientras que el tipo físico es más ó menos persistente, la lengua por otra parte, es extremadamente mutable.

Muchas naciones han cambiado repetidas veces su idioma, quedando la raza esencialmente la misma. La lengua parece ser independiente de la raza.

Un nuevo idioma se adquiere por uno de dos motivos: por conquista ó por contacto. Es de regla que la lengua de los más civilizados prevalezca en la lucha por la existencia lingüística, especialmente si es políticamente dominante y prepondera numéricamente. Sin embargo, á veces sucede lo contrario,y la raza menos numerosa, ó físicamente inferior logra establecer su idioma cuando éste es de una civilización de más alto grado.

Si entonces los pueblos que ocupaban el centro de Chile eran varios, ¿cuál de ellos fué que impuso su lengua á los demás? Esta es una pregunta de difícil resolución en el estado actual de nuestros conocimientos.

No obstante, creemos que esta lengua ha sido chilena en su origen y que la raza á que pertenecía primitivamente ha desaparecido como entidad étnica, absorbida por las hordas inmigrantes que venían de allende la cordillera.

Fué llevada posteriormente á las pampas argentinas durante las numerosas incursiones de los araucanos (incluyendo bajo esta denominación todos los pueblos que hablaban esta lengua en Chile).

Es indudable que esta lengua ha tenido una extensión geográfica muy considerable, abarcando una gran parte de Chile y esparciéndose por toda la pampa central argentina.

Reconocido este hecho, se ha querido deducir que las razas que hablaban dialectos de esta lengua en tierra argentina deben haber tenido un origen chileno.

Nosotros por lo contrario creemos que la corriente migratoria ha venido más bien desde las pampas á Chile, en tiempos sin duda muy lejanos; y que las razas que ocuparon el valle central de este país á la llegada de los españoles, no eran autóctonas, sino descendientes de hordas invasoras que se habían fusionado más francamente con los antiguos moradores al norte del río Itata, y encontrándose con tribus menos fuertes, ó bien más hostiles al sur de dicho río, los habían empujado á fuerza de armas más y más al sur, conservando su pureza más intacta en aquella región que llamamos Araucanía.

Este pueblo era nómade, vivía de la caza, se vestía de cueros de animales habitaba toldos del mismo material y no conocían ni los primeros rudimentos de la agricultura. Es posible que tenían algunos conocimientos de la alfarería, pero de la más ruda descripción. Era robusto y enérgico, y probablemente muy guerrero.

Las razas que encontraron en el territorio chileno eran más adelantadas y sedentarias. Ejercían el pastoreo y la agricultura, tenían siembras y ganado de chilihueques, conocían algunas artes como el tejido, la manera de construir casas y habían hecho algunos adelantos en la alfarería, produciendo piezas mucho más perfeccionadas que las rudas ollas y platos de los invasores.

Creo que es á esta raza que debemos atribuir la lengua hoy llamada araucana.

Es probable que era un pueblo pacífico y no ofreciendo mucha resistencia á los recién venidos, luego se fusionó con ellos.

Esto se hacía más fácil por las costumbres matrimoniales exogámicas de los últimos ó tal vez de ambos. Poco á poco, siguiendo la ley natural en estos casos, los invasores adquirieron la lengua de los conquistados por ser éstos más civilizados, modificándose también sus costumbres.

Al sur del río Itata, la mezcla de razas era menos franca y los antiguos pobladores fueron expulsados hacia el sur del río Toltén, donde formaron parte de la nación de los Pichi-Huilliches, quedando los recién llegados dueños de toda aquella zona.

No encontrándose con tantos elementos extraños, se conservaron mejor sus caracteres raciales y sus costumbres antiguas, aprendiendo algunas nuevas ideas de sus vecinos del norte y adoptando poco á poco el nuevo idioma que era más adecuado para las exigencias de su nueva vida.

Siendo cazadores nómades, es probable que mantenían relaciones con sus parientes de las pampas por mucho tiempo y propagaban paulatinamente el nuevo idioma que habían adquirido, hasta que llegó á ser una lengua general para todo ese grupo de razas ó tribus ligado por vínculos de parentesco, comercio ó mutua protección contra enemigos comunes.

Ambrosetti cree que los araucanos han tenido residencia en las pampas argentinas en una época mucho más remota que la generalmente acordada, á juzgar por las supersticiones y folklore.

Medina dice al respecto: «Todos los autores están acordes en la creencia de que haya existido en Chile una raza anterior y más adelantada que la que los incas peruanos encontraron establecida á la época de su invasión».

Lara opina lo mismo; dice: «Es fuera de duda que no data de muy remotos siglos la radiación de la actual raza araucana».

«Parece que la familia de los araucanos invadió nuestro territorio en lejanos tiempos, en que yacía otra raza diversa en nuestro suelo, la que fué subyugada y absorbida por la araucana, según los indicios que se han descubierto de haber poblado este país un núcleo de habitantes más adelantados que los araucanos y demás tribus que poblaron este país á la época de las dos últimas invasiones: la incásica y la española».

Hemos observado que en las provincias al sur del Itata los invasores de la Pampa seguían en sus primitivas costumbres y no adoptaron la vida más sedentaria de sus hermanos del norte.

Una de las causas que contribuía á propagar su natural fiereza y poca inclinación hacia un hogar fijo, era la proximidad de temibles vecinos, los pehuenches puelches y huilliches serranos, con quienes se mantenían en constantes guerras.

Para distinguir esta rama de las otras y para evitar confusiones, en seguida le daremos el nombre, que ellos mismos usaban, de Mapuche; y por falta de otra mejor el de Picunche, á los que quedaron al norte del Itata.

No pretendemos que se trata de razas completamente distintas ó que la frontera señalada entre las dos ramas sea arbitraria; pero está fuera de duda que á mediados del siglo XVI los del norte habían sufrido serias modificaciones, tanto en su físico como en sus costumbres y temperamento, á tal extremo que es permisible considerarlos como pueblos diferentes.

De la población prehistórica, que ocupaba el país antes de la invasión de que hemos hablado, sabemos bien poco. Sólo podemos manifestar que no era homogénea y que las tribus de la costa eran distintas y muy inferiores en grado de civilización á los del centro.

Aún entre los costeños encontramos á lo menos dos tipos distintos, uno de los cuales tal vez representaba los verdaderos autóctonos.

Los vestigios más antiguos que conocemos son de ellos y á juzgar de sus restos deben haberse encontrado en una condición muy poco superior á los fueguinos actuales. Estaban en la edad de piedra de transición; vivían principalmente de mariscos, de la pesca y de la caza, y tal vez utilizaban algunas semillas y raíces. Tenían redes y posiblemente rudas embarcaciones ó balsas. Enterraban sus muertos en hilera, con el cuerpo extendido, los hombres separados de las mujeres. Tenían algunas ideas religiosas y de un estado futuro, colocando las armas, utensilios y alimentos juntos á los cadáveres en las sepulturas.

Era este pueblo dólico y subdolicocéfalo y pertenecía posiblemente á la gran familia paleo-americana de Deniker y Keane.