CAPÍTULO V
FORMACIÓN DE LA RAZA CHILENA

RESULTADOS PSICOLÓGICOS DEL MESTIZAJE

1. Reacción de los diversos elementos étnicos de la sábana española entre sí

Los caracteres psicológicos de los diversos elementos étnicos que formaban el pueblo español del siglo XVI, vertidos por la conquista en el matraz del nuevo medio chileno, reaccionaron entre sí, libres durante el primer tiempo, de la raza aborigen. A la historia sólo le interesa el resultado de esas reacciones; en otros términos, el temperamento y carácter de la sábana paterna tales como quedaron en Chile antes de pesar en ellos la sangre aborigen. Mas, a poco andar, vamos a advertir contradicciones que, en parte, pasaron inadvertidas para los escritores del siglo XIX, y, en parte, fueron explicadas con raciocinios desatinados o superficiales. Esta circunstancia exige detenerse un poco en las reacciones mismas.

Hemos visto que entre 1540 y 1630, los andaluces y sus afines formaban el 55.8 % de los pobladores de Chile; los castellanos viejos y leoneses, el 24 %, y que el 20 % restantes corresponde a las demás procedencias regionales y a los extranjeros. Si redondeando las cifras, contamos 12.000 españoles llegados a Chile hasta 1630, su número se enteraría con 6.696 andaluces y afines, con 2.904 castellanos viejos y leoneses y con 2.400 individuos de otras procedencias. Pero los 6.696 andaluces y afines no corresponden psicológicamente ni antropológicamente con los andaluces y afines que quedaron en España, ni con los que pasaron al Perú; no fueron 6.696 meridionales cortados al acaso de la masa de la región respectiva. Hemos añadido que la mala fama de Chile, iniciada por los compañeros de Almagro y sostenida por la guerra de Arauco, determinó una selección psicológica permanente en el español que continuó viniendo al país, en el mismo sentido de la que presidió la del conquistador de América. El andaluz y el meridional que venían a Chile tenían en su sangre muy vivo el espíritu militar y los rasgos del carácter que ya hemos subrayado al describir al conquistador. Una imagen grabará más el fenómeno. Si acercamos un imán a un banco de guijarros y de arena que contiene partículas de hierro, estas últimas saltarán hacia él, mientras que las primeras permanecerán en el lecho del río. Lo mismo ocurrió con el castellano viejo y el leonés y con los españoles procedentes de las demás provincias. A todos les unían ciertos rasgos psicológicos comunes, que los aproximaban entre sí y que a la vez los diferenciaban en su psicología del español corriente de su región y del de igual procedencia que pasó al Perú, el país hermano que mayor comunidad étnica tiene con el nuestro durante la Conquista y los albores de la Colonia.

Si a éste se hubiera limitado la diferenciación inicial del poblador del Perú y del de Chile, las historias de ambos países habrían sido distintas, aún sin considerar los medios físicos y las influencias sociológicas, pero la antropología nos suministra otro dato, que también hemos subrayado con energía. La selección psicológica engendró una selección étnica: el castellano viejo, el andaluz, el leonés, el extremeño, etcétera, que pasaron a Chile, traían en sus venas una alta proporción de sangre germana. Esta sangre, dispersa en la península en un corto número de individuos, que salpicaban la gran masa, se concentró en Chile en los doce mil mestizos ibero-godos que vinieron hasta 1630 y, en menor proporción, en los que continuaron llegando más tarde, y pesó sobre el temperamento, el carácter y el intelecto chilenos.

Estos datos permiten explicarse el fenómeno, a primera vista desconcertante, de que, desde el primer momento, cuando aún las influencias sociológicas no habían tenido tiempo de actuar, el poblador de Chile exteriorizara modalidades del temperamento, del carácter y del intelecto distintos del andaluz y del castellano viejo del Perú y de España. Es evidente que la trasplantación a un medio tan diverso del español y del peruano, valorizó rasgos que en ellos dormían y arrumbó otros que cesaron de ser útiles: mas todo esto exige tiempo, y sólo alcanza al temperamento y a la constitución mental en el correr de los siglos.

2. Modificaciones en el temperamento y en el carácter españoles

Lo que primero choca en el conquistador de América es el contraste de su temperamento con el del pueblo español. Desde que el ibero afloró a la historia, reveló un acentuado temperamento bilioso-nervioso de intensa reacción centrípeta, que dirige hacia adentro los sentimientos y los almacena, y que se resuelve en un carácter reconcentrado y tenaz, valiente y sufrido, en el cual Ganivet, sacando de quicios el ascetismo castellano, creyó divisar un recio fondo estoico.

Desde el primer instante, el conquistador exteriorizó un temperamento activo de reacción viva, sostenida por una pasmosa energía vital. Cada conquistador gastó en América el contenido vital de muchos hombres normales. Este brusco cambio del sentido de la reacción clásica del ibero y la riqueza de energía, fueron consecuencias del sentido en que se realizó el proceso selectivo. El imán de la conquista de América atrajo de preferencia a los que recibieron en lote una vigorosa vitalidad, dispuesta a emplearse en las aventuras lejanas y en las tierras ignotas de América.

Este mismo temperamento del conquistador persistió en Chile a través de la Colonia y ha continuado predominando en las clases altas y medias durante la República, sin otros cambios que la menor energía y tenacidad de sus reacciones. A medida que el poblador menos rico en energía vital reemplazó al conquistador, éstas se hicieron menos intensas y más fugaces, pero sin cambiar de dirección. Hemos visto a los vecinos del final del siglo XVI intimidarse ante una invasión mapuche o la presencia de corsarios en la costa; reaccionar con la simple intervención de un hombre animoso o con la llegada de un nuevo gobernador, y cansarse pronto del nuevo esfuerzo. Doscientos ochenta años más tardes, durante la guerra del Pacífico, vamos a ver a los mismos elementos, con Vicuña Mackenna a la cabeza, impresionarse hasta el histerismo con la pérdida del "Rímac" y aún con las simples correrías del "Huáscar"; días más tarde, asaltar y tomarse las trincheras enemigas a pecho descubierto, y, a continuación, desesperarse porque no se firmaba la paz rápidamente.

En este temperamento, tan opuesto al ibero, de reacción centrípeta y tenaz, hay mucho de infantil, y teóricamente corresponde a un pueblo mestizo, pero habría que situar el mestizaje dentro de la misma raza europea: el godo y el ibero habrían vuelto a cruzarse de nuevo, al conjugar su sangre en proporciones muy próximas dentro del matraz chileno, puesto que la sangre aborigen aún no contaba como elemento de mestización cuando el poblador español empezó a exteriorizar la característica psicológica subrayada.

Otra circunstancia que merece ser apuntada es la rara tenacidad del temperamento inicial chileno: dieron bote contra él la influencia de las sangres mapuches y chincha-chilena, de reacción lenta y centrípeta, y de los vascos en los siglos XVII y XVIII, que traía el temperamento ibero, bilioso, de reacción centrípeta y duradera.

3. Cambios en las características intelectuales

La alta dosis de sangre goda que circulaba por las venas del meridional que hizo la conquista de Chile, ahogó, desde el primer instante, la forma mental andaluza, viva, ingeniosa y ligera, que prevaleció en Lima. Con la misma energía aplastó, también, la idiosincrasia mental del ibero. Mucho antes de recibir el refuerzo de sangre mora, que engendró la variante andaluza, el pueblo español había manifestado un genio literario propio y original, que se impuso al romano con Séneca, Marcial, Lucano, Quintiliano, Silio Itálico y Floro, en el cual predominan la elevación y la grandeza, lo pomposo y lo declamatorio, junto con la antítesis y los juegos de palabras, la amplificación y las sutilezas del ingenio. Estas mismas características informaron el período de oro de su florecimiento literario; persistieron durante todo el siglo XIX, y aunque en decadencia, continúan manifestándose hasta hoy en su producción intelectual. La idiosincrasia mental muy opuesta que latía en la sangre goda, aplastó, también, para siempre, estas modalidades intelectuales del genio ibero. Ni la adición de sangre vasca en el siglo XVIII, ni la poderosa influencia sociológica que el genio literario español ejerció por dos siglos sobre una pobre colonia retrasada en su desarrollo mental, ni los esfuerzos educacionales de Mora y de Bello lograron volver al cauce literario ibero el genio chileno. Rompiendo todos los diques, se buscó a sí mismo por un momento en Pérez Rosales, y sintiendo flaquear las piernas ante las ventajas que le llevaban los pueblos europeos, volvió definitivamente las espaldas a España, empujado por esas antipatías inconscientes que emanan del fondo de la sangre y que nada tienen que ver con los sentimientos que germinaron de la revolución de la independencia, para encauzarse hacia una mala imitación del genio francés. El genio literario español, retórico, ampuloso y solemne, asomó esporádicamente en el máximo estilista chileno del siglo XIX, Sotomayor Valdés, y en otros de menor envergadura, pero no hizo escuela. Leído y admirado por un corto número de nietos de los vascos del siglo XVIII, no logró despertar el interés de la masa. El mismo Bello, a pesar de la severa disciplina inglesa que modeló la expresión de su genio intelectual ibero, cansa a la sensibilidad chilena. La expresión provisional del genio literario criollo chileno del siglo XIX está en la sencillez indigente de Barros Arana y en la naturalidad coloreada de Bulnes.

En cambio, prevaleció, desde el primer momento, una característica española que debía incorporarse definitivamente a la idiosincrasia mental chilena: la reacción negativa de la inteligencia y de los sentimientos delante del suceder; la visión de los defectos antes que de las bellezas; la tendencia a criticar antes que a aprobar, y a impedir que algo se realice, en vez de proponer algo mejor. La energía mental de frailes y de seglares, y, en general, de cuantos sabían manejar una pluma, desde los primeros días de la Conquista, sólo se empleó en trasmitir al rey críticas, calumnias y mentiras contra el gobernador y contra cada una de las medidas que arbitraba. Las cartas de defensa, casi siempre hijas del recuerdo de un servicio, desmayadas y pálidas, quedan aplastadas bajo la montaña de acusaciones que brotan del fondo del alma.

El predomino de la crítica sobre la acción persistió durante la Colonia y atravesó intacto la Independencia. Para los adversarios de Carrera, la tarea de acumular cargos y acusaciones contra el mandatario parece ser asunto mucho más interesante que la independencia misma, y Carrera, a su turno, en vez de exprimir su cerebro para irradiar alguna concepción política o militar, lo canalizó en los insultos y cargos, generalmente falsos, contra sus adversarios. Cuando volvemos la última página de los estudios históricos coloniales de Vicuña Mackenna, incuestionablemente el mejor dotado de nuestros historiadores, nos preguntamos cómo pudo surgir el pueblo chileno de 1830-1897, de la sentina de imbecilidad y de podredumbre moral a que su evocación reduce la Colonia. Y, sin embargo, nada inventa; es que sólo percibió lo necio, lo ridículo y lo inmoral, y lo agigantó con un entusiasmo lírico que brota de lo más hondo de su cerebro. Lo que hay de positivo y de creador en la Conquista y en la Colonia, que aplasta lo negativo hasta reducirlo a lunares, se le esfuma: su conformación cerebral le impide captarlo. Más adelante, en la historia de la República, veremos a Lastarria y al noventa por ciento de los intelectuales y políticos alentar energías sólo para criticar el régimen de gobierno y las personas de los gobernantes, y, al tomar ellos el gobierno, seguir realizando el régimen, porque era el único posible.

Para la inteligencia del desarrollo histórico durante la Colonia, basta insinuar esta temprana modalidad de la estructura cerebral chilena. Más adelante, en la historia de la República tendremos oportunidad de ver su poderosa influencia sobre todas las fases de la evolución social.

4. El milagro étnico de la raza chilena

El etnólogo que estudie la formación de la raza chilena, se detendrá desconcertado ante un fenómeno que contradice las conclusiones inferidas de la experiencia étnica universal: la rapidez con que en Chile se consolidaron los rasgos psicológicos del ibero.godo con los del chincha-chileno y del mapuche. Al paso que en el resto de la América, con muy cortas excepciones, el mestizo revertió al aborigen puro, o cuajó en grupos de caracteres inestables, en Chile se formó en dos siglos, como ya hemos dicho, una nueva raza, distinta de la española y de la aborigen.

Se puede discutir el origen del fenómeno. Desde luego hay que rectificar un error inicial: el del grado de evolución de los aborígenes chilenos en el momento de cruzarse con el español. Entre los conceptos que Barros Arana pidió prestados a la cultura de su época, para interpretar nuestra historia, que su cerebro nunca pudo representarse directamente, uno de los más desatinado es la suposición de que los indios del sur del Maule eran salvajes detenidos en los grados más ínfimos del desarrollo mental. Sin salir de los mismo documentos que el investigador invoca en abono de su conclusión, transportada de los tratados de antropología a una realidad social que no calzaba con ella, todo etnólogo arribará al concepto opuesto. Tanto los chincha-chilenos como los araucanos estaban ya muy lejos del salvajismo primitivo. Los últimos, aunque retrasados respecto de los primeros en el grado de su cultura, eran una raza que iba hacia arriba, y desde el punto de vista de la energía vital, la mejor dotada de todas las americanas. Los mapuches fueron los únicos indios que, en la lucha con el español, exteriorizaron imaginación militar creadora. Ningún español confundió a los mapuches con el resto de las razas americanas, sin exceptuar a la azteca y a los mejores elementos del imperio incásico. Hoy se nos presentan como un pueblo llamado a grandes destinos propios - no europeos - detenido en su evolución por una interferencia psicológica transitoria, que retardó su constitución política.

En la otra sábana, la selección militar y gótica trajo a Chile un elemento menos adelantado en el desarrollo del intelecto y menos apto económicamente, pero este atraso fue un factor favorable que acortó la distancia entre las dos sábanas y facilitó la consolidación psicológica de la nueva raza.

El sociólogo, por su lado, puede, si le place, desdeñar los factores anteriores, y radicar el origen del fenómeno en la forma como se realizó el cruzamiento, en el régimen colonial, combinado con la configuración geográfica del país y con la guerra de Arauco. La sangre española continuó reforzando la primera inyección en forma gradual y continua durante toda la Colonia; la guerra de Arauco creó un medio artificial que estimuló la fusión, y al mismo resultado contribuyeron eficazmente el régimen colonial y la influencia española, actuando sobre un país de conformación unitaria, que les permitió obrar con la misma intensidad de un extremo a otro de él.

Pero ya sea que se prefiera con el antropólogo el primer grupo de influencias, o con el sociólogo el segundo, o con el historiador se limite a señalarlas tales cuales destacan en los documentos, la rápida fusión de las sábanas progenitoras en una nueva raza es un hecho que se impone.

No quiere esto decir que la fusión esté terminada: más adelante veremos que, al comenzar la República, la raza chilena es, todavía, una gama que va desde el español casi puro arriba hasta el aborigen casi puro en el extremo opuesto; pero es una gran gama entrelazada por los grandes rasgos del temperamento y del carácter, en vías de llegar a un tipo común medio, por poco que las condiciones sociológicas favorezcan el proceso, en vez de desdoblarse y revestirla a las sábanas que las formaron, o a la eliminación de una de ellas.

Este hecho es importante no sólo en cuanto explica los resultados psicológicos del cruzamiento, sino también diversas modalidades a primera vista raras, del desarrollo histórico chileno.

5. Resultados directos del cruzamiento: infancia mental

Los efectos del cruzamiento presentan dos aspectos, según se les contemple del lado de la sábana aborigen o de la española. Encarado desde el primer punto de vista al relajar los recios caracteres ancestrales del mapuche, dispuso mejor al mestizo para similar la civilización, el padre Diego Rosales, el observador más inteligente del fenómeno, subraya con algunos datos concretos la enorme potencia del moldeamiento psicológico del medio araucano. Refiere que los hijos de Pedro de Soto y de Ana Santander (matrimonio que vivió cautivo), que nacieron entre los indios, a pesar de ser "blancos y rubios sin manifestación alguna de sangre indígena" y de haber vivido con sus padres, no sabían la lengua española y sólo tenían "luces confusas de las cosas de Dios". Pero reconoce que, a pesar de la influencia de un medio tan poderoso, los mestizos nacidos entre los mapuches, eran más aptos para similar la civilización, hablando de la descendencia mestiza de los españoles cautivados en la pérdida de las sietes ciudades, dice: "A los cincuenta y cuatro años que volvieron (los araucanos) a dar la paz, apenas había español de los antiguos, y sus hijos los mestizos, como se criaron entre indios y bárbaros y de guerra, los hallamos tan bárbaros como los indios, aunque la sangre de los españoles los inclina más a oír las cosas de Dios y a recibir la fe y el santo bautismo, como lo experimenté en Boroa, Toltén y La Imperial". Respecto del mestizo nacido en medio español, todos coinciden en ponderar sus disposiciones para asimilar la civilización. Las influencias del ambiente y de la sangre se reforzaron, recíprocamente, al converger en un mismo sentido.

Pero los efectos del mestizaje encarado desde el punto de vista español, cambian de perspectiva. Los primeros mestizos criados en medio español revelaron mucha viveza intelectual. El cruzamiento determinó en el mestizo una notable precocidad sobre el español cargado de sangre goda, lento intelectualmente y de tardío desarrollo, que los maestros de la época tomaron por acrecentamiento del poder mental. El fenómeno es muy conocido. Pero tanto los maestros como los cronistas tienen en vista casos muy especiales: se refieren a los mestizos más inteligentes, en su mayoría hijos de españoles también inteligentes, que pusieron empeño en educar a sus hijos.

En la gran masa, el mestizaje determinó el retroceso del grado de evolución mental del español. La expresión correspondiente del fenómeno en el individuo sería el retroceso del desarrollo cerebral de los veinte años a los quince. Si nos representamos la evolución mental de la raza como el ascenso o el descenso de una escala, la mezcla del español con el aborigen hizo huir a éste algunos peldaños, más él tuvo que descender varios para hacer posible la fusión. A partir de la segunda mitad del siglo XVII, se acentuaron muchos en el criollo las manifestaciones de una especie de infancia cerebral, que ya no desaparece en todo el curso de la historia de Chile. Encontramos sus huellas en la repugnancia por todo esfuerzo prolongado; en la incapacidad para prever y obrar en vista de un fin lejano; en la debilidad del esfuerzo económico; en la precocidad y en el temprano término del desarrollo cerebral; en un sentido muy débil de la realidad. Más adelante, en la historia de la República, veremos aparecer las mismas manifestaciones en el terreno meramente intelectual: el simplismo, la confusión de la cultura con el desarrollo cerebral, aún en individuos inteligentes y sensatos, como Barros Arana; la incapacidad para pensar directamente la realidad; la ausencia de juicio científico, etcétera.

Por el momento sólo nos interesa el primer aspecto del fenómeno. No fueron las instituciones y el régimen colonial, como creyeron los escritores del siglo XIX, los que engendraron las grandes diferencias en el desarrollo de las sociedades inglesas de la América del norte y las españolas de la América del sur, sino las distintas aptitudes de los progenitores y el cruzamiento del español con el aborigen.

Antes de pasar adelante, queremos precisar más el alcance de la expresión retroceso mental o vuelta hacia la infancia cerebral. No entraña necesariamente una merma de las posibilidades mentales del mestizo. Volver de los veinte a los quince años, importa desandar parte del camino recorrido, pero no limitar la potencia cerebral latente. Este último problema está planteado en todos los pueblos mestizos de la América española, pero traspasa los dominios de la historia. Esta sólo puede recoger en sus páginas el primero, la infancia mental, que condiciona enérgicamente la historia de los pueblos hispanoamericanos. El segundo pertenece al porvenir, que pronunciará la última palabra.

Si es lícito juzgar por las manifestaciones registradas hasta hoy, el mestizaje, al rebajar el grado de evolución mental del español, obró como el agua agregada a una solución de alcohol; bajó el título, pero no introdujo un elemento nuevo; nada añadió a la psicología del poblador español, salvo cierta lentitud en las reacciones de la gran masa, que parecen provenir de los temperamentos mapuches y chincha-chilenos. No se advierten en los mestizos de las primeras generaciones rasgos psicológicos que puedan atribuirse a la sangre aborigen. La inclinación a la bebida no es una característica racial, y la irregularidad del esfuerzo económico, demás de hacer parte de ambas sábanas, es más bien un reflejo del grado de desarrollo mental. Los cronistas que vivieron en contacto con los mestizos, tampoco advirtieron en ellos rasgos acentuados divergentes de la psicología española.

6. Resultados indirectos del cruzamiento: la estructura social

Consecuencia del cruzamiento del español con el aborigen son, también, las modalidades que presenta en Chile la estratificación social, de cuyo contraste con la de los pueblos europeos hicimos caudal en el capítulo I de esta parte. Las invasiones de godos, franceses, normandos y demás tribus nórdicas, a la sazón bárbaras con respecto a la población romanizada a la que recubrieron, engendraron en los pueblos europeos la estratificación social corriente en la historia: arriba quedó, como amo, el invasor bárbaro, y, abajo, como siervo, el romano civilizado. La aristocracia gobernante, que procuró mantenerse como casta cerrada mientras le fue posible, tenía mayor energía militar que el pueblo o fondo social, relegado a segundo plano; pero este último, como ya hemos dicho, la aventajaba en civilización; o sea, en el conjunto de aptitudes y de hábitos que permiten elevarse dentro de una sociedad moderna, que no tiene por cimientos económicos la esclavitud. La mayor energía militar, el dominio de la tierra y las instituciones mantuvieron artificialmente aplastada a una casta que, por su mayor civilización, habría pasado espontáneamente al primer plano dentro de un régimen análogo al del siglo XIX.

En Chile, por el contrario, el conquistador más civilizado se instaló como amo, ocupando la primera capa, mientras el aborigen quedó relegado a último término, pero el corto número de conquistadores, la ausencia de la mujer y de la familia y la necesidad de cruzarse desde el primer momento con la hembra aborigen, impidieron, durante toda la conquista y el primer siglo de la Colonia, la formación del espíritu de casta en el sentido estricto. En Chile, la raza conquistadora, por necesidad biológica, barrió hacia adentro, atrajo hacia sí y convirtió en español a todo mestizos que exteriorizó una superioridad de cualquier naturaleza o que más se aproximó al tipo español, con mayor energía que la corriente en la historia.

Se produjo, así, una estratificación social originalísima. Eliminando las numerosas excepciones, como las ya citadas de Juan Valiente, mestizo negro, de los Lisperguer y de Gonzalo Martínez de Vergara, mestizos aborígenes, que pasaron de golpe a la alta aristocracia, para considerar sólo los grandes números, la sociedad chilena quedó constituida por una gama social que, en general, coincidió con la gama étnica: arriba, el chileno más cargado de sangre española, y, abajo, el más cargado de sangre aborigen.

Esta estructura social no fue, como la europea medieval, la resultante artificial de la Conquista y de la fuerza sostenida por las instituciones, sino de la gravitación espontánea del diverso desarrollo mental de los mestizos. Si se prescinde de los casos especiales, el elemento más cargado de sangre india, más imprevisor y más apegado a los hábitos de la vida aborigen, quedó en el bajo fondo; en gradación ascendente, fueron depositándose los mestizos de psicología más española, hasta rematar en la aristocracia, formada primero por el conquistador andaluz y sus afines; más adelante, por el castellano viejo, y, hacia el ocaso de la Colonia, por el vasco.

La influencia sociológica de esta estructura social ha sido grande. De ella deriva el tipo de vida del bajo pueblo: la embriaguez, la imprevisión y la persistencia de hábitos y costumbres que corresponden al estado social aborigen más que al español, y los obstáculos con que han tropezado las tentativas de modificarlo bruscamente. De ella procede, también, la lentitud que revisten en Chile los fenómenos de endósmosis y exósmosis social, tan vivos en Estados Unidos. El brusco ascenso del individuo desde la última capa a la cumbre de Chile es casi imposible, porque se lo impide la forma de la estratificación étnica, y un ascenso en masa, sería seguido de profundos cambios en todas las manifestaciones de la actividad social y aún del curso del desarrollo histórico.

7. Excesiva sensibilidad a las influencias sociológicas: inestabilidad de las reacciones colectivas

Si la fusión de las razas progenitoras se realizó sin mayores trastornos en los caracteres psicológicos del elemento español, en cambio el mestizaje produjo una extrema sensibilidad del nuevo pueblo a las influencias sociológicas de toda naturaleza, una relajación de la dureza de la herencia ancestral. No sólo el carácter, sino también toda la actividad mental perdió su rigidez, para transformarse en una masa plástica, muy sensible aún a la acción de agentes que poco o nada pueden sobre una raza antigua ya consolidada.

El fenómeno ha pasado inadvertido, porque el mestizos ibero-godo ya traía debilitada la tenacidad ibera, y esta circunstancia suavizó el contraste, y porque el enclaustramiento colonial creó un medio cerrado, inaccesible a influencias divergentes trascendentales. Pero en lo pequeño, en lo permitía aquel enclaustramiento, las manifestaciones de la excesiva sensibilidad del carácter chileno a las influencias sociológicas, se exteriorizó con mucha viveza. Bastó el ejemplo de la vida mundana y la fastuosidad de Alonso de Ribera para encender momentáneamente la vida galante en el medio menos propicio para su desarrollo, como era el Santiago de comienzos del siglo XVII. La carroza y los lacayos de la Audiencia desarrollaron, a mediados del mismo siglo, por imitación, no diremos el fausto, porque faltaban los medios materiales para realizarlo, pero sí, ansias de fastuosidad, que jamás hubieran prendido en una raza psicológicamente madura, colocada en un medio como el de la época. Durante toda la Colonia, la honradez y la moralidad administrativa danzaron al compás de los quilates morales del gobernante. Siglos más tarde, cuando ya el alma chilena había endurecido algo, vemos a los mismo hombres que se debatieron durante siete años (1823-1830) en una orgía de incapacidad y de desorden político y administrativo, dejarse sugestionar por un poderosos genio magnético y creador, y realizar por sesenta y un años el gobierno más honrado y más capaz que haya conocido un pueblo de habla española. A mediados del siglo XIX, las conmociones políticas de la Europa y la lectura de "Los Girondinos", de Lamartine, impresionaron a la juventud intelectual de Santiago y la movieron a imitar el club de Los Girondinos y a adoptar sus nombres ilustres: Lastarria, que ya pasaba de la treintena, se llamó Brissot; Francisco Bilbao, Vergniaud; Manuel Recabarren, Barabarous; Rafael Vial, Fronfrede; Juan Bello, Ducos; etcétera. Durante la guerra de 1914-1920, Europa sintió hambre en sus entrañas, y dictó una serie de medidas encaminadas a economizar y distribuir los alimentos, y Chile, nadando en todo género de menestras, sintió también hambre y copió parcialmente la legislación europea de emergencia.

Esta espada de doble filo, en el curso del desarrollo histórico colonial, fue, como lo vamos a ver, un poderoso auxiliar de afianzamiento de la civilización española. La misma plasticidad que hacía del mestizos nacido en medio aborigen, un mapuche casi más mapuche que los de pura sangre, hizo del que nacía en campo español, un español que, al decir de los cronistas, sólo se distinguía por el color negro del pelo, en contraposición al rubio o castaño del conquistador. Gracias a esta plasticidad, un corto número de peninsulares, sostenido por una corriente que, tal vez, fluctuó por término medio entre doscientos y trescientos individuos por año, pudo españolizar a una masa de mestizos muchas veces superior en número.

Pero esta misma plasticidad constituye el mayor peligro sociológico del pueblo chileno. Los intelectuales chilenos del siglo XIX, que abandonaron la realidad limitada y estrecha del sentido común, sin alcanzar la realidad más amplia que surge del juicio científico, declamaron en todos los tonos contra el régimen colonial. El sentido común o el juicio científico, la experiencia recogida por la etnología les habría permitido darse cuenta de que, sin la influencia de sangre española durante doscientos cincuenta años, la civilización chilena no habría nacido, y, sin el enclaustramiento colonial, habría muerto al nacer, disuelta por el choque de las influencias encontradas. El caso de la civilización inglesa del norte, ya lo hemos dicho, era muy diverso. El mugrón europeo que allí arraigó, traía la dureza necesaria para resistir y aún doblegar todos los embates de los medios y sobreponerse a las influencias contrarias a su genio.

Una consecuencia de la relajación en la tenacidad del carácter ancestral es la fugacidad en las reacciones. En el alma chilena todo prende con facilidad y todo se olvida con igual facilidad. La delgada capa vasca organizada, protegiéndola contra el exceso de novedades, sin crear una tenacidad activa, semejante a la inglesa, la alemana o la francesa, le dio cierta estabilidad transitoria. Apenas se gastó la capa vasca, el carácter chileno recobró su antigua modalidad.

Por último, la inercia cerebral mantuvo por siglos a la gran masa al margen de las reacciones de las capas altas; creó una especie de lastre negativo, que Portales llamó el "peso de la noche".