albores3

LOS PRIMEROS PASOS

Por Rick Gore
National Geographic, febrero de 1997

Pocas disciplinas científicas provocan debates tan intensos como el de la búsqueda de los antepasados. Creencias religiosas y otros sentimientos profundamente arraigados chocan con evidencias materiales aportadas por los paleoantropólogos. Algunas personas rechazan las interpretaciones de los científicos y sitúan a los humanos en un árbol genealógico propio. Otras, en cambio, están de acuerdo con la evolución como un hecho de la vida.

Aunque en la comunidad científica no se debate si se produjo una evolución de criaturas simiescas a seres humanos, las discusiones respecto a cómo sucedió este largo proceso también son acaloradas.

Este artículo de la serie dedicada a los albores de la humanidad analiza los descubrimientos más vitales en este ámbito tan conflictivo, así como las conclusiones extraídas por los científicos.

William L. Allen, editor National Geographic

El paleoantropólogo Lee Berger detiene su vehículo en plena sabana sudafricana para formular la pregunta "¿Quieres probar lo que comían tus antepasados?". Los antepasados a los que se refiere no vivieron durante una época que pueda abarcar la memoria moderna. Son homínidos primitivos, criaturas simiescas del árbol genealógico humano cuyas raíces se remontan a hace más de cuatro millones de años con la adquisición del bipedismo y que evolucionaron hacia lo que hoy somos, Homo sapiens.

Sin esperar una respuesta, Berger abre la puerta y se dirige hacia un grupo de termiteros de color ocre. Un chacal aúlla a lo lejos, mientras las cebras que pastan en los alrededores resoplan como protesta por nuestra intromisión. Berger humedece con saliva una brizna de hierba y la introduce en un agujero de uno de los termiteros. Luego la extrae cubierta de termitas y se mete unas cuantas a la boca.

"Mmmm, igual que hierbas - dice sonriendo - son buenas cuando tienes mucho calor. Contienen un ácido que te hace segregar saliva. Prueba una".

Lo hago con cierto reparo. Noto un crujido entre los dientes, luego un chorro de líquido y, después, un regusto que hallo más astringente que delicioso.

"Nuestros antepasados las comían, y los chimpancés y algunos cazadores recolectores aún lo hacen - dice - son ricas en proteínas".

Sus ojos escudriñan la sabana.

"¿Te das cuenta de la cantidad de comida que hay afuera si no tienes manías? - dice, capturando un saltamontes - toma. Un poco arenoso, pero lleno de nutrientes". Levanta una piedra y hace una mueca al descubrir un ciempiés. "No te comas eso. Pica una barbaridad", advierte antes de buscar bajo otra piedra.

"Si realmente quieres entender a tus antepasados, tienes que venir a sitios como éste - continúa - solo con recorrer la sabana debían de encontrar todo tipo de cosas nutritivas: un ratón de campo, los huevos de un pájaro, o unas hormigas voladoras. Y algunas de las raíces y tubérculos locales son buenísimos".

He venido a Sudáfrica para intentar entender a nuestros antepasados. La oleada de descubrimientos de fósiles de homínidos que ha tenido lugar durante la última década ha convulsionado la ciencia de los orígenes de la humanidad, intensificando el debate sobre cómo el antepasado de los humanos, un cuadrúpedo que, como los chimpancés y los gorilas, vivía en los árboles, se convirtió en un corredor ligero que podía competir con los leones de la sabana. Durante meses he estado aprendiendo los primeros pasos de los homínidos primitivos en su camino hasta convertirse en humanos.

A los paleoantropólogos les encanta esbozar árboles genealógicos de homínidos. Muchos me han arrebatado el cuaderno de repente para dibujar su propia red de ramificaciones, serpenteando desde los simios hasta los humanos actuales. A pesar de que los detalles difieren, la mayoría de los científicos coincide al localizar dos grandes grupos o géneros de homínidos en los últimos cuatro millones de años. Uno es nuestro propio género, Homo, que pudo aparecer hace unos 2.5 millones de años y que incluye por lo menos a tres especies: Homo habilis, Homo erectus y Homo sapiens.

Un gran misterio de la paleoantropología es saber cuándo, dónde y cómo el Homo reemplazó al Australopithecus, género que empezó a habitar gran parte de Africa hace unos cuatro millones de años. Los Australopithecus, como se denomina a los miembros del género, tenían cuerpos simiescos y cerebros más pequeños que los del Homo, pero eran bípedos, distintivo de todos los homínidos.

En 1925, el anatomista Raymond Dart describió el primer fósil de australopiteco, hallado en una cueva de caliza de Sudáfrica llamada Taung. El fósil era un cráneo infantil que data de 2.5 millones de años. Dart se percató de que el orificio a través del cual la médula espinal del niño salía del cerebro, se encontraba en la base del cráneo, y no hacia la parte posterior, como ocurre en los primates cuadrúpedos. Esto indicaba que el niño caminaba erguido sobre dos piernas. Posiblemente era el eslabón perdido entre simios y humanos. Dart denominó a la nueva especie Australopithecus africanus, que significa "simio meridional de África".

 
     
Taung
Descubierto por M. de Bruyn en 1924 en Taung, Sudáfrica
Fechado en  2.5 millones de años
Taung es el típico especímen de Australopithecus africanus

Desde entonces se han hallado australopitecos más antiguos y, hasta la fecha, se han identificado al menos siete especies. Algunas de ellas se denominan australopitecos robustos por sus rasgos corpulentos, entre los que destacan grandes mandíbulas para poder masticar vegetales duros. Las otras especies también contaban con mandíbulas poderosas, pero su constitución eran más ligera. La representante más famosa de estas especies esbeltas es Lucy, un esqueleto parcial de Australopithecus afarensis de 3.18 millones de años. Cuando sus restos fueron hallados por el paleoantropólogo norteamericano Donald Johanson en 1974, en un yacimiento de Etiopía llamado Hadar, Lucy se convirtió en el homínido más antiguo y completo conocido, y muchos científicos la consideraron la madre de la humanidad.

La mayoría de los científicos coincide en que el afarensis cruzaba la frontera existente entre simios y humanos. Igual que un chimpancé, tenía el cerebro pequeño, brazos largos, piernas cortas, tórax en forma de cono y una gran barriga. Pero se mantenía erguido y había dado el primer paso hacia el bipedismo.

Hasta hace poco, la evidencia más notable de ese cambio permanecía enterrada en los remotos montes bajos de acacias del norte de Tanzania. Allí, hace unos 3.6 millones de años, el volcán Sadiman entró en erupción, sepultando la sabana bajo diversas capas de ceniza. Poco después, sobre las cenizas caminaron al menos dos homínidos, cuyas huellas descubrió en 1978 un equipo dirigido por la paleoantropóloga Mary Leakey.

 
Especie: Australopithecus afarensis
Antigüedad: 3.6 millones de años
Fecha de descubrimiento: 1974-1975
Localización: Laetoli, Tanzania
Descubierto por: Mary Leakey

El volcán Sadiman aún se recorta en el horizonte de Laetoli cuando llego a este lugar desolado en el borde del Serengueti. Me dirijo hacia el toldo de plástico que cubre la zanja de la excavación. De las 69 huellas, 29 han salido a la luz. Distingo dos rastros distintos. Uno dejado por un individuo pequeño. El otros, de huellas algo más grandes. Avanza en paralelo a unos 30 centímetros. Muchos científicos sospechan que, al igual que los orangutanes y los gorilas, nuestros antepasados presentaban dimorfismo sexual - es decir, que los machos eran mayores que las hembras - Así pues, la primera pisada pudo dejarla una hembra, y la segunda un macho. La impresión de un segundo dedo gordo en varias de las huellas más grandes sugiere que otro individuo pudo haber caminado sobre las huellas del primero.

Escudriñando la sabana, imagino la escena. Un grupo de homínidos duerme en un bosquecillo cuando la erupción los despierta. Los miembros del grupo se llaman unos a otros para consolarse. Los grandes machos descienden a toda prisa para proteger a las hembras y a los jóvenes, mientras una gran nube de ceniza convierte el paisaje en algo desconocido y terrorífico. Entonces, tres siluetas simiescas recorren el paisaje en busca de comida.

"Probablemente la hembra iba a la cabeza", dice Bruce Latimer, del Museo de Historia Natural de Cleveland, uno de los antropólogos elegidos por el gobierno de Tanzania para estudiar las huellas excavadas. Al examinarlas, vio que la pisada de la hembra giraba ligeramente; debió esquivar algo del suelo. El primer macho dio el mismo paso vacilante aproximadamente un metro más atrás. Lo que resulta imposible determinar es si el tercer individuo iba detrás de los otros o pasó por allí más tarde.

Una sensación de temor y respeto me invade cuando me arrodillo junto a la gran huella y la rozo ligeramente. Parece humana. "Pensaba que hace 3.5 millones de años sus huellas serían de algún modo diferentes a las nuestras - dice Latimer - pero no es así. La adaptación bípeda de esos homínidos era completa.

Pese a que esta excavación ha revelado nuevos datos, no ha logrado resolver el misterio de las huellas: ¿Qué tipo de homínidos las dejó impresas? Latimer cree que fueron afarensis de, miembros de la especie de Lucy. Aunque se han hallado pocos huesos del pie de Lucy, él piensa que los de otros individuos afarensis de Hadar cabrían perfectamente en esas huellas. Otros especialistas refutan tal interpretación y argumentan que los dedos del pie de los afarensis eran demasiado largos y curvos para dejar huellas de aspecto tan actual como las de Laetoli.

El desacuerdo es profundo. Muchas veces he visto a distinguidos científicos rebatirse sus teorías acerca de la anatomía de los afarenis. Quienes sostienen que la especie hallada en Hadar fue la que dejó las huella de Laetoli, a 1.500 kilómetros de distancia y 400 mil años antes, creen que la especie de Lucy se extendió por África durante un tiempo y espacio suficiente como para haber creado el género Homo. Otros dicen que muchos de los fósiles llamados afarensis son en realidad otra cosa.

Algunos científicos se cuestionan hoy el papel de Lucy como madre de todos nosotros. Peter Schimd y Martin Häusler, antropólogos de la Universidad de Zurich, han propuesto recientemente que Lucy pudo haber sido un macho.

Esta idea provoca exclamaciones de incredulidad por parte de Owen Lovejoy, anatomista de la Universidad Estatal de Kent, EE.UU., que restauró laboriosamente la pelvis de Lucy, y de Donald Johanson, descubridor del esqueleto. Ambos creen que los afarensis presentaban un gran dimorfismo secual. "Si Lucy era un macho, imagina lo pequeñas que serían las hembras de la especie", dice Johanson.

 
AL 288   Lucy
Encontrada por Don Johanson & Tom Gray en Hadar, Etiopía en 1974
Fechada en alrededor de 3.2 millones de años
Lucy era una hembra adulta de alrededor de 25 años. Cerca de un 40 % de su esqueleto fue encontrado, y su pelvis, fémur (el hueso superior de la pierna) y tibia demuestran que ella era bípeda.

En 1992, el equipo de Johanson del Instituto de los Orígenes Humanos (IHO, por sus siglas en inglés) de Berkeley, California, desenterró en Hadar un nuevo cráneo afarensis mucho más grande que el de Lucy, lo que indica que los individuos de Hadar variaban extraordinariamente en tamaño, tal vez por razones de sexo. Sin embargo, basándose en su propia reconstrucción del esqueleto, Schmid argumenta que "la pelvis de Lucy presenta más rasgos masculinos que femeninos". Para empezar, como los machos modernos, Lucy carece de arco ventral, una estribación ósea en la parte frontal del hueso púbico característica de casi todas las hembras modernas. Häusler añade que la pelvis es demasiado pequeña para haber podido parir.

Lori Hager, paleoantropóloga de la Universidad de California, en Berkeley, coincide con Schmid en que Lucy no es un típico ejemplar de hembra si se habla en términos humanos actuales, aunque admite que tal comparación puede no ser pertinente si se tiene en cuenta que se trata de un australopiteco. Las pelvis de las hembras modernas son más anchas que las de los machos porque, cuando los cerebros humanos se desarrollaron, las mujeres necesitaron canales suficientemente amplios para poder parir bebés dotados de cerebros más grandes. Pero "no se puede determinar el sexo de los chimpancés a partir de sus pelvis - dice Hager - y quizá tampoco existían diferencias pélvicas en los australopitecos".

Hager y otros científicos creen que los machos y las hembras de australopiteco, como los chimpancés, no eran diferentes aparentemente, y que la variación de tamaño se deba a que en Hadar había al menos dos especies de australopitecos: una grande y otra pequeña. De ser cierta, esta hipótesis reforzaría la idea cada vez más aceptada que muchas de las especies del árbol genealógico de los primeros homínidos todavía no han sido descubiertas.

La célebre paleoantropóloga keniana Meave Leakey ha encontrado recientemente una de estas especies: un australopiteco más antiguos que el afarensis. Leakey ha bautizado a su nuevo australopiteco como anamensis, que en lengua turkana significa "del lago", porque los fósiles de 4.1 millones de años fueron hallados en Kanapoi, cerca del actual lago Turkana, situado en el norte de Kenia.

Me reúno con Meave Leakey en el Museo Nacional de Kenya, en Nairobi, donde muestra unos fragmentos de anamensis, entre ellos una mandíbula estrecha y simiesca con dientes de aspecto vagamente humano. También tiene dos extremos de tibia. Son fósiles reveladores: la solidez de la tibia y el ángulo en el que se une a la rodilla y al tobillo indican que los anamensis caminaban sobre dos piernas medio millón de años antes - o 25 mil generaciones - que los homínidos de Laetoli. El objetivo actual de Leakey es explorar más sedimentos de cuatro millones de años de antigüedad. Los fósiles que datan de esa época, dice, "nos proporcionarán más información sobre la división entre chimpancés y humanos".

Al día siguiente nos desplazamos en avioneta a un remoto yacimiento llamado Allia Bay, a orillas del lago Turkana. Hace cuatro millones de años este paisaje era un hábitat de homínidos de primer orden. Un bosque a lo largo del cauce del río proporcionaba refugio y frutas, mientras que las praderas y las diversas masas forestales de las inmediaciones también suponían un buen lugar para forrajear. Más allá de la zona de aterrizaje no hay signo alguno de civilización. Cuando ponemos pie en tierra a las nueve y media de la mañana, la temperatura ya alcanza los 36º C (a mediodía ascenderá hasta 48º C).

Por la noche, las hienas gritan y los leones rugen, mientras que las mortíferas víboras, delgadas como lápices, acechan en la arena. Me asignan la única tienda vacante del campamento, a unos 100 metros de las demás. Mientras el implacable viento agita mi refugio solitario, permanezco despierto, atento al más mínimo ruido ¿Se enfrentaron nuestros antepasados a la noche sintiéndose tan vulnerables? No creo que mi capacidad para correr sobre dos piernas me ayudara si un carnívoro hambriento apareciera en la entrada de la tienda. Intento recordar dónde está el árbol más cercano.

A Leakey y a su colega Alan Walker, de la Universidad del Estado de Pennsylvania, estas preocupaciones parecen tenerlos sin cuidado, característica habitual entre las personas cuya pasión por la búsqueda de huesos cada vez más antiguos les lleva a lugares tan agobiantes.

Durante la cena debatimos nuestros puntos de vista respecto a los orígenes humanos. Muchos científicos sostienen que la tibia que se halló el año pasado parece más de Homo que de afarensis, y sugieren que podría pertenecer a otra línea de homínidos, la que quizá dejara las huellas de homínidos de Laetoli y posteriormente evolucionara hasta nosotros. Pero Leakey piensa que los huesos que ha encontrado y los de la especie de Lucy son suficientemente parecidos, al menos del cuello para abajo, como para hacer del anamensis el antepasado directo de Lucy. No obstante, ve diferencias en dientes y cráneo: "Los anamensis tenían una cabeza más primitiva y simiesca que Lucy", dice. Sospecha que su hallazgo es una de las muchas especies de homínidos que evolucionaron tras el bipedismo: "Creo que el anamensis podría ser una ramita de un arbusto muy poblado. Tal vez no hallemos la mayor parte de las otras ramitas, y quizá sea imposible determinar con exactitud qué evolucionó hacia qué. Lo que importa es lo que hacían: experimentar con la bipedestación ¿Por qué? ¿Qué causó tal innovación?".

Al noroeste del lago Turkana, en Etiopía, un yacimiento llamado Aramís podría dar muy pronto respuesta a estas preguntas. Un equipo internacional, del que forman parte Tim White, de Berkeley, y su colega etíope Berhane Asfaw, ha desenterrado una especie de 4.4 millones de años que, según White, podría ser el homínido más antiguo descubierto. Cree que esta nueva especie es tan diferente del Australopithecus que la ha clasificado en un género nuevo creado por él mismo. Tomando prestada la palabra "tierra" de la lengua afar, lo ha llamado Ardipithecus, o "simio terrestre". El nombre de la especie, ramidus, significa "raíz".

"Ramidus es la primera especie a este lado de nuestro antepasado común con los chimpancés - afirma White - se trata del eslabón que ya no está perdido".

Algunos de sus colegas sospechan que el ramidus pertenece al linaje del chimpancé, ya que sus dientes parecen demasiado primitivos para formar parte de la línea principal de la evolución humana. Pero, excepto los dientes, pocos han visto los fósiles, sobre los que White se niega a debatir hasta que no los haya examinado a fondo. La pregunta principal, por supuesto, es saber si el ramidus era bípedo.

White sonríe cuando le planteo esta pregunta en su laboratorio del edificio de Ciencias de la Vida de Berkeley. "Digamos simplemente que el ramidus tenía un tipo de locomoción distinto a cualquier ser vivo actual - dice finalmente - si quieres encontrar algo que caminara como él, podrías probar suerte en la escena del bar de la Guerra de las Galaxias".

Delgado pero en forma, White rebosa confianza. Pocos anatomistas son tan respetados como él por el rigor de sus análisis, y pocos son tan temidos por sus agudas críticas. Hoy está exaltado. Aramís es un yacimiento único.

"La última campaña la pasamos arrastrándonos por el suelo en busca de cualquier fragmento de hueso que pudiera haber entre los sedimentos, en un área de seis kilómetros. Ahora tenemos partes de más de 50 individuos", afirma, y añade que su grupo también recogió más de un centenar de fragmentos del mismo esqueleto, incluyendo parte de un pie y siete de los ocho huesos que forman la muñeca. "Tenemos lo que nos permitirá entender la constitución de sus manos y de sus pies de un modo que no podíamos alcanzar con Lucy", dice.

Aparte del ramidus, el yacimiento de Aramís está sacando a la luz cientos de huesos de mono y de cudú, un antílope de cuernos en espiral. Ambos viven en los bosques, lo que sugiere que el ramidus vagaba en hábitats muy poblados de vegetación. Este descubrimiento echa por la borda la creencia de que la bipedestación nació en la sabana. Muchos científicos pensaban que los homínidos empezaron a caminar para adaptarse a un importante cambio climático que se inició hace unos seis millones de años y que secó los bosques primitivos, lo que los obligó a buscar alimento en campo abierto. Algunos científicos sospechan ahora que nuestros antepasados empezaron a desarrollar el bipedismo en los árboles. Es posible que caminaran a dos patas sobre las ramas más grandes, o que cogieran la fruta colgándose con un brazo de las ramas más altas. Cuando los bosques empezaron a disminuir, los precursores de los primeros homínidos ya eran bípedos, al menos en parte.

Kevin Hunt, de la Universidad de Indiana, ha observado a los chimpancés de África durante largas horas y piensa que, como ellos, los antepasados inmediatos de los homínidos se levantaban sobre dos piernas cuando se alimentaban de la fruta que obtenían, desde el suelo, de pequeños árboles frutales. Árboles como el Grewia, que hoy crece en grupos de hasta cien ejemplares en un área similar a la que ocupa una unidad habitacional, pudieron ser comunes en un paisaje que estaba cambiando de bosque a masa forestal seca y abierta.

"Los prehomínidos eran quizá más bípedos que los chimpancés actuales - dice Hunt - al verse obligados a desplazarse a zonas de árboles pequeños, como el Grewia, les resultaba mucho más eficaz alimentarse de pie desde el suelo que moverse entre las ramas de un árbol a otro".

Una vez en el suelo, el paso bípedo de un árbol a otro para alimentarse requería menos esfuerzo que levantar el torso desde una postura cuadrúpeda, bajarlo de nuevo y desplazarse a cuatro patas hasta el árbol siguiente. "Eso suponía además un beneficio secundario - dice Henry McHenry, de la Universidad de California en Davis, EE.UU. - les dejaba las manos libres para hacer otras cosas.

A medida que la superficie de hábitat umbrío disminuía, la necesidad de mantener una temperatura cerebral adecuada tuvo que ser necesariamente otro factor determinante en el desarrollo del bipedismo, según afirma Peter Wheeler, de la Universidad John Moores de Liverpool, Inglaterra. Una de las maneras de reducir el riesgo de insolación es manteniendo una posición erguida. "En la sabana, durante las horas más calurosas del día, un bípedo recibe la tercera parte de carga calorífica solar que un cuadrúpedo", asegura Wheeler. Asimismo, como en la postura erguida el cuerpo recibe más brisa, la pérdida de calor es más fácil, lo que hacía que los homínidos necesitaran consumir una cantidad de agua menor.

En el debate sobre las causas del desarrollo del bipedismo en los primeros homínidos, Lucy presenta una vez más el protagonismo. Mientras que Owen Lovejoy ha sostenido durante mucho tiempo que Lucy vivía exclusivamente en el suelo, otros piensan que se movía con igual naturalidad en los árboles, y señalan que los afarensis debieron de ser buenos trepadores debido a la movilidad de sus articulaciones y a sus vigorosos brazos y hombros. Además, sus dedos largos y curvos, tanto en los pies como en las manos, les habrían permitido agarrarse a las ramas.

Otros cuestionan la auténtica eficacia de una Lucy bípeda. Peter Schmid, uno de los antropólogos suizos que puso en duda el género de Lucy, dice que la reconstrucción que se hizo del esqueleto de esta afarensis sugiere que su tronco se contorneaba al caminar, anadeando como un gorila. También dice que, a diferencia de los humanos modernos, Lucy no tenía costillas ligeras ni un ensanchamiento en la parte superior del tórax que le habría permitido recibir más oxígeno para refrigerar su cuerpo al correr. Sostiene que Lucy habría tenido que jadear como un perro para refrescarse, y correr cualquier distancia en la sabana la habría dejado exhausta.

 
     
 
 
OH 24   "Twiggy"
Encontrado en 1968 en Olduvai, Tanzania, por Paul Nzube
Fechado entre 1.75 - 2.0 millones de años

Las discusiones sobre las primera técnicas bípedas se produjeron tras un descubrimiento llamado Pie Pequeño y realizado por Phillpi Tobias y Ron Clarke, de la Universidad de Witwatersrand en Johannesburgo. Pie Pequeño es un grupo de huesos que forma el empeine de un homínido que vivió en el sur de África hace entre 3 y 3.5 millones de años. Durante mucho tiempo permaneció erróneamente identificado en un cajón lleno de fósiles de babuino descubiertos en Sterkfontein, uno de los mayores yacimientos fósiles de Sudáfrica. Después de que en 1994 Clarke identificara los huesos como homínidos, éstos fueron trasladados a una cámara acorazada del laboratorio de Tobias.

"Lo amo con todo mi corazón", dice Tobias al montar los fragmentos de Pie Pequeño sobre su escritorio. "El dedo gordo de este homínido se desviaba tanto que podía extenderlo hacia un lado como nuestros pulgares", explica mientras mueve el hueso del dedo gordo del pie hacia atrás y hacia delante. Los humanos modernos podemos mover el dedo gordo del pie arriba y abajo, pero los chimpancés tienen más campo de movimiento, lo que les permite agarra cosas con los pies. Pero aunque Pie Pequeño presenta esa característica simiesca, su tobillo tiene un aspecto más humano. "Esta combinación siguiere que nuestros pies se hicieron humanos gradualmente - concluye Tobias - desde el tobillo hasta el dedo gordo".

Según Tobias y Clarke, Pie Pequeño, cuando quería, podía retraer este dedo gordo prensil y caminar de modo similar al nuestro, aunque mantenía sus habilidades trepadoras. Incluso piensan que Pie Pequeño fue el tipo de homínido que dejó las huella de Laetoli.

Los científicos que creen que las huellas de Laetoli son de afarensis han atacado la interpretación de Tobias y Clarke. Se mantenga o no en pie la teoría del dedo gordo divergente de Pie Pequeño, ya se ha creado polémica. Algunos se preguntan si los homínidos experimentaron diferentes formas de bipedestación.

Durante la década de 1980, mientras Sudáfrica se vio aislada por un mundo que no aceptaba el apartheid, Sterkfontein desveló cientos de nuevos especímenes de africanus: muchos fósiles de brazos, piernas, torsos y pelvis, partes del cuerpo de africanus que rara vez se habían encontrado. En 1994, con el final del apartheid, estos descubrimientos se hicieron públicos.

Algunos de los fósiles bien podrían pertenecer incluso a nuevas especies. Lee Berger, colega de Tobias y de Clarke en Witwatersrand y mi acompañante en la sabana, piensa que las características de estos fósiles echan por tierra la antigua creencia de que el género Homo evolucionó en África oriental. Berger cree que el Homo surgió en el extremo meridional del continente y avanzó hacia el norte.

De la misma cámara acorazada en la que Phillpi Tobias guarda sus especímenes de Pie Pequeño, Berger saca un fósil tras otro. Calcula que la mayoría de ellos datan de hace 2.6 millones de años. Me muestra una articulación de rodilla cuya superficie indica que los afarensis tenían un andar más simiesco y unas piernas más arqueadas que Lucy, especie que según muchos dio lugar a este primo meridional. Y se pregunta cómo pudo Lucy evolucionar hacia algo con una rodilla más primitiva.

Berger propone que el bipedismo surgió al menos dos veces. Cree que los primero bípedos evolucionaron en África oriental, generando un grupo inicial de homínidos que incluía al afarensis y que se extinguió al evolucionar hacia una de las formas de australopitecos robustos. Según él, más tarde se produjo una segunda evolución en África meridional, donde algunas zonas siguieron siendo boscosas y, por tanto, los homínidos tuvieron que mantener las habilidades arbóreas de los simios.

Pero no todas las características de los africanus eran primitivas. Berger me muestra un fragmento de dedo que, según él, tiene un aspecto muy humano, igual que una mandíbula cuyos dientes son más pequeños que los de un afarensis y cuyos molares son del mismo tipo y disposición que los de un Homo. Lo más sorprendente son los restos craneales, que sugieren a Berger que algunos de estos homínidos habían dado otro paso en el camino hacia la humanidad. Cree que tenían cerebros tan grandes como los de los primeros Homo.

Berger dice que la antigua ecología de África meridional podría haber provocado el incremento del tamaño cerebral de sus homínidos. Debido a que la región era un complejo mosaico de hábitats, con una mayor diversidad de depredadores y de fuentes de alimentos que África oriental, los africanus debieron hacerse más inteligentes para sobrevivir.

Algunos científicos creen que la vida en estos medios contribuyó al crecimiento cerebral y obligó a los homínidos a crear grupos sociales más grandes. "Los retos ecológicos, despistar a los depredadores y defender los recursos requieren grupos mayores", dice Robin Dunbar, un psicólogo evolucionista de la Universidad de Liverpool. Con más relaciones y jerarquías sociales, se necesitaban cerebros más grandes.

Para los primero homínidos, la supervivencia no era un reto menor. Los grandes felinos representaban quizá su mayor amenaza, aunque Berger y Ron Clarke han identificado hace poco otro depredador que podría resolver el misterio de la muerte del famoso niño de Taung.

Berger saca una pequeña caja de madera y la abre para mostrar los tres fragmentos del niño de Taung: la mandíbula, la cara y un molde de su cerebro. "Es nuestra joya de la corona", dice.

Una vez ensambladas las piezas, el cráneo tiene el tamaño de una toronja. Berger lo gira y señala unos orificios en la parte superior: "Nadie ha podido dar a eso una explicación".

Cuando Berger vio a un águila abalanzarse sobre un mono y salir volando con él, pensó que pudo haber sido una de estas aves la que mató al niño de Taung. Encontró el nido del águila y documentó que los huesos dejados en el suelo se parecían a los fósiles animales que se hallaron junto al niño. También dio con el cráneo de un babuino joven con heridas similares.

"El mundo era un lugar cruel para los primeros homínidos - dice Berger - no solo tenían que vigilar cada matorral por donde pasaban, cada piedra que levantaban y cada árbol bajo el que caminaban, sino que también debían prestar atención al cielo".

Pero la vida de los homínidos cambió de manera irreversible hace unos 2.5 millones de años. Y en Etiopía veo por qué.

 
 
 
KNM-ER 1813   Cráneo
Encontrado en 1973 en Koobi Fora, Turkana oriental, en Kenia por K. Kimeu
Fechado en 1.8 millones de años

"Estas herramientas de piedra son las más antiguas que se conocen", dice Yonas Beyene, director de arqueología y antropología del Ministerio de Información y Cultura de Etiopía en Addis Abeba. "Se labraron hace 2.6 millones de años", añade al mostrar una caja con unas lascas de bordes afilados y unas hachas del tamaño de un puño procedentes de un yacimiento llamado Gona.

Un equipo dirigido por Sileshi Semaw y Jack Harris, de la Universidad de Rutgers de Nueva Jersey, ha hallado miles de herramientas como éstas. "El proceso era sencillo - dice Beyene - los homínidos levantaban una piedra y la rompían contra otra. Eso les daba un borde afilado que podía atravesar el pellejo de un elefante, algo que no podían conseguir con los dientes".

Las herramientas se usaban para costar la carne en pedazos comestibles, para romper los huesos y obtener el tuétano, rico en grasas, y para desenterrar raíces y tubérculos.

El uso de herramientas para cortar la carne probablemente coincidió con el aumento del tamaño cerebral de los homínidos. "Si hallabas una presa de leopardo abandonada, podías obtener la alimentación del día en media hora - dice Robert Blumenschine, paleoantropólogo de la Universidad Rutgers - pero tenías que ser inteligente y un buen carroñero.

Y a medida que los primeros homínidos se hacían más inteligentes, fueron elaborando mejores herramientas. La imaginación debió nacer cuando nuestros antepasados desarrollaron la capacidad de pensar en una herramienta que necesitaban, para crearla después.

Con el aumento del cerebro, el cuerpo de los homínidos comenzó a cambiar. "Cada gramo de tejido cerebral precisa veintidós veces y media más energía que el tejido muscular en reposo - explica Leslie Aiello, antropóloga del University College de Londres - para desarrollar un cerebro grande, hay que reducir otros órganos, como los riñones, el hígado o los intestinos".

Los científicos siguen preguntándose qué homínido inventó las herramientas de piedra. Muchos creen que los australopitecos eran capaces de concebir herramientas simples, pero otros consideran que la construcción de herramientas es un signo de que el Homo, con un cerebro mayor y más inteligencia, había evolucionado. Pero no se han hallado fósiles de Homo tan antiguos como las herramientas de Gona.

Los paleoantropólogos están cerca de encontrar la respuesta. Una mandíbula que aún conserva unos dientes ennegrecidos, descubierta recientemente en Uraha, Malawi, por Tim Bromage y Friedermann Schrenk, podría ser el espécimen de Homo más antiguo, pues data de unos 2.4 millones de años. Por su parte, Andrew Hill, de la Universidad Yale, EE.UU., afirma que un fragmento craneal de 2.4 millones de años del lago Baringo, en Kenia, representa al Homo más antiguo. Y Donald Johanson y Bill Kimbel han anunciado hace poco el hallazgo en Hadar del maxilar superior de un Homo no identificado, fragmento que han fechado en 2.3 millones de años como mínimo.

Pero mientras los especialistas debaten la cantidad de especies existentes, el registro de fósiles de los primeros Homo sigue siendo insuficiente. Durante muchos años, los primeros fósiles de Homo fueron catalogados como Homo habilis, a partir de los fragmentos hallados en las gargantas del Olduvai por Louis y Mary Leakey en la década de 1970. Recientemente se han dibujado nuevos árboles genealógicos que incorporan otra especie, el Homo rudolfensis, que parte del habilis. Fósiles de Homo erectus, más avanzado y supuestamente surgido hace alrededor de 1.5 millones de años, se han fechado en 1.8 millones de años, lo cual indica que vivió en la misma época que el habilis y el rudolfensis. Algunos científicos quieren crean una ramificación erectus separada y llamarla Homo ergaster. Así, el árbol genealógico del primer Homo empieza a tener un aspecto tan poblado como el del australopiteco.

Los especialistas coinciden en que el árbol ganó una ramificación vital con la llegada del Homo erectus. Su cuerpo era la culminación de los cambios anatómicos que los primeros homínidos habían sufrido durante los dos millones de años anteriores. Más alto y más flaco, y capaz de moverse con rapidez por la sabana, el erectus estaba preparado para extenderse más allá de África hasta los confines de Eurasia. Pese a que su estructura corporal se parecía mucho a la nuestra, su mente aún es un misterio.

Alan Walker, una autoridad en erectus, ve a este homínido como "el Velocirraptor de la época": "Si pudieras mirarle a los ojos, preferirías no hacerlo. Tenía un aspecto humano, pero no conectarías con él. Te convertirías en su presa".

Otros sostienen que hasta los chimpancés muestran sentimientos humanos como la compasión. "Cualquiera que haya pasado unos segundos con un chimpancé o con un gorila sabe que estos primates están íntimamente ligados a nosotros - dice Meave Leakey - seguro que los erectus, con una capacidad cerebral mayor que la de los simios actuales, se relacionarían con nosotros de modo más directo".

Los paleoantropólogos, al igual que los filósofos, seguirán discutiendo sobre la naturaleza básica de nuestros antepasados. Si pudiera mirar a los ojos de unos de los primeros homínidos ¿Qué vería? ¿La escalofriante mirada de un Velocirraptor o unos destellos de compasión y cariño? Me quedo con la compasión, pero no puedo ignorar la crueldad que veo a diario en las noticias. Tal vez, de algún modo, aún estamos haciendo el camino hacia la humanidad.