La raza blanca y el Nuevo Mundo
(Capítulo XIII, sección 2)

La raza blanca y el Nuevo Mundo

Desde el retroceso del último glacial, el principal movimiento de la raza blanca ha sido hacia el norte y el oeste, hasta que el centro de población y civilización hubo cambiado desde Africa y Asia, hacia Europa meridional, y desde Europa meridional al noroeste. Más o menos, desde el 3.000 A.C. hasta 1492, las varias ramas de la raza Mediterránea que han seguido los cinturones lluviosos en Europa, han estado ocupadas expandiéndose hacia los países que ellas han colonizado, y en asimilar los dispersos restos de la más antigua población cazadora, que ellas absorbieron.

Antes de 1492, durante los últimos cinco siglos, la historia racial de muchas partes de Europa consistía de un ajuste genético interno, durante el proceso del cual las ramas Mediterráneas, mucho más numerosas en la época de su colonización de Europa, que el total de los aborígenes, fueron hasta cierto grado sumergidas y reemplazadas por una reemergencia de los viejos tipos, y en un mayor grado recombinadas genéticamente con los tipos antiguos en reemergencia, para producir algo nuevo. Incluso entre la familia Mediterránea, las distintas ramas en una población han demostrado diferentes valores de supervivencia y a menudo uno ha reemergido a expensas de otros.

En 1942, la máxima supervivencia de los Mediterráneos (en su sentido más amplio) en Europa, de cara a estas reemergencias, se encontraba en los países periféricos; España, Portugal, Inglaterra, Países Bajos, Suecia y parte de Noruega. Fueron precisamente estos países, especialmente España, Portugal, Inglaterra y los Países Bajos, quienes proveyeron los materiales para el inicial poblamiento por Europeos del Nuevo Mundo, y al Nuevo Mundo, en el sentido que al continente Americano fue pronto añadido Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda.

Los Mediterráneos que poblaron el Nuevo Mundo eran de dos principales variedades, Nórdicos y pequeños Mediterráneos Ibero-insulares (en el sentido de Deniker). Los Nórdicos fueron hacia Norteamérica, Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda, los Mediterráneos propiamente tales, a Centro y Sudamérica. Donde llegaron los Nórdicos, encontraron tierras ocupadas por dispersas tribus de cazadores y recolectores, o agricultores a orillas de ríos que eran tan pocos como para ofrecer una exitosa resistencia. Las guerras contra los Pies Negros y los Sioux fueron largas y sangrientas, pero los Pies Negros y los Sioux habían perdido su dominio racial sobre sus tierras, de una forma tan completa como los Arunta. El despojo y la gradual extinción ha sido el destino de aquellos que se opusieron al Inglés y al Holandés, fueran sus oponentes Bosquimanos, Tasmanes o Beothuks.

Los Españoles, por otro lado, llegaron a países donde una densa población nativa vivía sobre el territorio, y donde poderosos imperios ya se habían levantado; su colonización fue mayoritariamente un asunto de conquista y subyugación, y en todos los países Americanos de colonización Española, a excepción de Argentina y Chile, el campesino Amerindio ha reemergido, y el Español forma solo la clase alta. Los Portugueses, creando en Brasil un vasto imperio de ríos y bosques, encontraron poca tierra apropiada para el asentamiento de los blancos, y a esta trajeron a negros de Africa, cuyos descendientes son ahora los principales dueños de la tierra.

La expansión de los Mediterráneos, utilizando la palabra en el sentido más amplio, en el Nuevo Mundo, fue una prolongación de su temprana expansión por Europa. Norteamérica se transformó, para el siglo XIX, en la mayor reserva Nórdica del mundo. Pero el siglo que presenció la erección de esta reserva, también fue testigo de los comienzos de su cambio en carácter; la oleada de inmigración trajo consigo a miembros de todas las otras razas de Europa. El pueblo que llegó a América, desde la época de los Peregrinos hasta la imposición de las leyes restringiendo la inmigración, eran selectos; ninguno era completamente representativo de los países de donde provenían. En América, fueron sujetos a las fuerzas medioambientales de una naturaleza nueva y estimulante, por lo que cambios en crecimiento, que sus ancestros no habían sufrido por siglos, produjo extrañas y huesudas criaturas de su prole. En América, hemos tenido ante nuestros ojos, la rápida acción de las fuerzas que edifican las razas; si deseamos entender los principios que han motivado la historia racial del Viejo Mundo, esto nos obliga a prestar cuidadosa atención al Nuevo.